lunes, 21 de marzo de 2011

Crónica de una cacería malhadada de libros.


Los mercenarios que somos nosotros, unos estudiantes sapientes de las altas tarifas en la Feria del libro del Palacio de Minería, lo único en lo que pensamos es “cómo transar” a los exhibidores. Les diré el por qué: nunca son suficientes los descuentos de universitario ni las subvenciones, tampoco os libros de viejo ni las tomadas de pelo a los libreros inexpertos, y tampoco el hecho de que están regalando Revistas de la Universidad de México (las cuales yo compré sin imaginar que alguna vez serían rematadas con esta vileza); pero antes de relatar eso, el principio.

El profesor Juan José nos explica que esta es una de las más antiguas y tradicionales de nuestro país, lo cual me llena de gran alegría ya que nunca aprendí a leer los números romanos ¡Qué estúpido! ese dato tan importante me cruzó por el frente de la nariz durante mucho tiempo entre carteles ilustrados por pintores (este año la imagen es una niña hecha de colores fríos que toma con horror su rostro porque al parecer tiene que leer, pintada por Fransisco Toledo), y tuve que esperar hasta hoy para, al menos, elucidarlo. Muy mal.

En fin, todo estamos reunidos, imitando las excursiones escolares de la infancia, esas que eran durante las horas de clase y que nos sabían a vacaciones, sólo que esto es distinto: ninguno de nosotros lleva uniforme (y como se verá en el desarrollo de esta historia) ni la voluntad de conglomerarse ¿ese verbo existe? Bueno, la cosa es que la desbandada comenzó poco después de que Juan José nos contó los pormenores de Editorial Era con ayuda de una de las exhibidoras.

De regreso al tiempo presente, estamos todos observando uno de los stands en los que está Selector y sus libros sobre esoterismo, suerte, filosofía del Doctor House, cocina dietética y ya comienza el cisma. Apenas estamos subiendo la segunda tanda de escalones que dan al piso de arriba y perdemos a nuestro guía porque uno de los amigos viene corriendo para informarnos presurosamente que hay libros de Ibargüengoitia empastados y en ¡40 pesos!

Ahora sí comienza la cacería de libros que el título prometía. Santa madre.

Separado irremediablemente de mi grupo de Planeación editorial, recorro algunos pabellones con algunos aliados que van y vienen entre el meollo de multitudes. Estoy en eso cuando me llaman los colores y el olor a madera de la sala dedicada a los libros de Peña Nieto (llámese también Edomex), y veo como una pareja incapaz de hallar mejor lugar se introduce en la parte atrás de los estantes para fajar. Los envidio tanto que me largo de ahí indignado porque no se me ocurrió a mí.

Después el curso lleva a Alfaguara, al de Proceso, a las de Planeta, a Gedisa, otra vez a Era, y todos ellos sendas decepciones porque, a pesar de la calidad de sus títulos, la etiqueta del precio no satisface los objetivos de nuestra cacería. Debo decir ahora que la cacería no implica presas baratas pero deleznables, sino capturar especímenes de la mejor casta a precios irrisorios.

Pero quienes se ríen son otros: cuando llegamos a la sala de Anagrama/Siruela/Trotta/RBA/Gredos, también englobables bajo el nombre de su distribuidor que se llama Colofón, vemos cifras que se burlan de nuestra empresa, libros tan suculentos y frutales que se alejan de nuestros empeños. Por eso, no queda más remedio que exclamar nuestra soledad con una revancha, y proferimos gritos que alarman el buen entendimiento de nuestros vecinos: “¡están retroemputantementecaros, esto es una ofensa a la clase proletaria!”, y para culminar nuestra desesperación arrojamos con desdén el ejemplar. Con mis amigos huyo del lugar, dejando en claro que no vale la pena gritar maldiciones cuando los responsables de tales precios no están presentes.

En busca de más novedades editoriales a precios “justos”, llegamos a Siglo XXI, lugar donde me entero de que robar libros en la de Minería es más fácil de lo que parece. Esto me lo dice una amiga que es sofísticamente confiable, pero mi tentación de cometer crímenes contra los libros se desvanece cuando encuentro ¡por fin!, unas ofertas en la mesa de literatura en la que están posadas las obras completas de Alejo Carpentier.

Envalentonado por esta conquista efímera vamos a buscar qué capturar. La lista de nuestras victorias es tan corta que no vale la pena detallarlas individualmente: unas algarabías al precio de la lluvia (como dicen en Portugal), o sea, bien varatas de a 10; y un libro de Maupussant de la Universidad de Puebla.

A eso se redujeron cinco horas de marchar entre weyes de secundaria que al parecer no sabían que eran todos esos objetos rectangulares y con letras, columnas impenetrables de transeúntes, intelectuales de izquierda, maduros con pinta de profesores que presumían sus bolsas atestadas y por supuesto, nuestros dispersos compañeros de clase.

Baste decir que el día culminó casi como empezó: con las mochilas aspirando a enchirse de libros.

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