martes, 22 de febrero de 2011

Páginas y billetes.

Hablar de los problemas financieros que se derivan de la dedicación de un libro es algo que comúnmente no se discute, o pocas veces se concibe como tema de discusión.

Después de leer el texto sobre ello, queda claro que el libro es un todo y que entenderlo en cada una de sus partes supones una reflexión de su existencia material.

Sabemos que pensar en términos como costo/beneficio, la utilidad de la inversión, el monto a pagar a un personaje tal para culminar una parte del proceso puede parecer utilitario y exageradamente pragmático. Esto porque, movidos por los discursos cerca de las bondades de la lectura para una sociedad, nos encontramos con que lo recurrente no es gastar en libros sino pedirlos prácticamente regalados.

Y podemos ejemplificarlo una y mil veces. Una de esas historias malévolas y tristes, una de las pocas experiencias oscuras que me ha deparado el mundo de los libros, fue el día en que se restringieron los precios al descuento de estudiante de la UNAM en el Fondo de Cultura Económica.

Tal cosa sucedió cuando me disponía a hace valer mi derecho universitario y de repente, en la caja de cobro, se presentó un cartel que obstaculizaba a todas luces mis deseos. No entendí el chiste de una ley “para fomentar la lectura” que hacía más caros los libros; y el lenguaje burocrático me pareció tan cortante como una mentada de madre, por lo que ese día no hubo libros.

Como ustedes bien lo saben, nuestros privilegios de estudiante son enormes, y uno de los pilares de tales canonjías es el pacto entre FCE y Universidad que nos brinda el asombroso 40% de descuento en sus ediciones. Esto hace que a un mortal cualquiera se le llegue a cobrar una suma nada envidiable cuando a nosotros se nos presenta el libre acceso a muchos, muchos libros de primera calidad.

Si bien el descuento estaba más restringido (a los libros con menos de 18 meses de haber sido impresos), esto no era tan injusto si lo pensamos de acuerdo a costos de producción. La inversión para crear un libro es posiblemente uno de los movimientos financieros más riesgosos que hay, y el que promete más dolores, sin importar que tan subvencionado esté el libro (no olvidemos que el FCE está muy ligado a las decisiones gubernamentales). La ley del libro debe leerse con respecto a las demás personas que comparten la ventaja de ser estudiantes, y que reciben a precios más altos los mismos libros que a nosotros casi nos regalan.

Claro está, el texto no se encarga de todos los temas relevantes, y es muy difícil que esta clase de problemática se aborden sin suscitar problemas particulares, ya que, como bien lo enuncia, la historia financiera de cada libro es única y no se sabe cuando un clásico surgirá de entre los almacenes.

No hay nada de malo en considerar como producto de una industria a un libro; en cambio, esperar que siempre sea regalado, eso sólo es tacañería. A la espera de un abstracto manual de Cómo sobrevivir financieramente a un libro, que tendría que tratar temas como los peligros de una mala decisión, o a quien acudir en caso de que el barco haga agua por todos lados; quedémonos con las reflexiones sobre el editor: como su cultura debe discriminar entre la victoria artística pero posible fracaso financiero; y el título salvador.

lunes, 21 de febrero de 2011

Libros bellos, editoriales responsables.


Una vez que le puse al radio, específicamente en Reactor 105.7 durante su programa El fin del mundo, me encontré con algo inesperado: una entrevista con un escritor que afirmaba trabajar en una editorial vanguardista. Tal escritor y tal editorial venían de sobreponerse a una historia amarga con la Joaquín Mortiz, otrora el bastión del arte literario y ejemplo a seguir en cuestiones tan variadas como el diseño gráfico de sus portadas y la diversidad de autores que llegaron a publicar (Echen un vistazo en google a su Serie el Volador, una de las colecciones mexicanas más bellas que su servidor conozca).

Pero del mismo modo que cuando los tarahumaras bajan de sus aposentos de las montañas, la desgracia cayó sobre esa editorial que de repente (y esto habrá que averiguarlo con cuidado) perdió la calidad en muchos aspectos; los más sensibles, el papel y el pegamento, que degeneraron en libros de mala factura y peor aún, caros.

El agraviado era Leonardo da Jandra, y los conocedores del mundo editorial actual sabrán que su empresa era la oaxaqueña Almadía. Claro está, el escepticismo era mucho ante la autopromoción de un autor que en radio sonaba demasiado mamón y profético, pero el primer contacto con un libro de Almadía zanjó todas mis dudas: de verdad eran productos que obedecían al esquema del libro como algo bello, digno de ser coleccionado, y no las baratijas que Joaquín Mortiz empezó a hacer con autores como Ibarguengoitia, Vicente Leñero o Juan Villoro (quien ya lleva varias almadías en su haber).

La tristeza del caso Mortiz viene de su importancia histórica en nuestro país (sólo por dar un ejemplo, casi todos los libros que sintetizaron la turbulenta época de los sesenta, aquellos que le dieron bríos a nuestra incipiente sociedad civil, fueron publicados en Joaquín Mortiz; y no está de más decirlo, también en ERA). Que hoy en día los autores y sus escritos estén bajo el pseudónimo Booklet, sinónimo de libros pesimamente cuidados (lo único actualizado en ellos es su página de derechos de autor), demuestra hasta qué extremos de idiocia puede llegar la razón mercantil.

¿Cómo se relaciona esto con la lectura del profesor? ¡Pues en todo! Estos dos casos (Almadía y Joaquín Mortiz), representan dos lados de la cultura de los libros en México. En el mismo país donde libros clásicos son tratados como cualquier cosa, coexiste una editorial dispuesta a arriesgarlo todo para entregar algo más que libros: artesanías, libros bellos al ojo y al intelecto (¡Métanse a su página, joder!)

En Almadía hay una conjunción armónica entre los autores, los editores, los impresores y los intermediarios. Chequen: los autores son nuevos y realmente proponen textos aventurados; los editores, que suelen ser escritores, o como ellos mismos se nombran, creadores, seleccionan sólo los materiales más acordes a la propuesta editorial de textos que traten de traspasar los límites; los impresores, en colaboración con los diseñadores han creado unas proezas que más vale presenciar que describir en un blog; y por último, los intermediarios nos hacen llegar estas maravillas a precios BAJOS.

En fin, creo que habrán notado que soy fan’s de Almadía, y también, que esta editorial no tiene que defenderse más que con sus libros, una buena noticia en un país que a veces parece desmoronarse. Ya termino: piensen en todo el desmadre que se arma para que podamos leer, disfruten y cuiden sus libros y los ajenos, que no les vean la cara, siempre hay alguien que se lanza a la locura suicida, pero inigualable, de editar un libro hermoso.

Les dejo el blog del diseñador de Almadía para que se den un quemón (jaja).

http://loquehacealejandromagallanes.blogspot.com/

Porque sí es importante distinguir entre lo Analógico y lo Digital.


Una vez más, empezaré tomando un párrafo ajeno que dice algo al respecto de lo analógico y digital, ahí les va:

“El reloj fue el mayor logro del genio mecánico medieval. De concepción revolucionaria, era más radicalmente nuevo de lo que suponían sus fabricantes. Fue el primer ejemplo de un artefacto digital y no analógico: contabilizaba una secuencia regular y repetitiva de acciones discretas (los vaivenes de un controlador oscilante), en lugar de seguir un movimiento continuo y regular, como la sombra en movimiento de un cuadrante solar o el flujo del agua. Hoy sabemos que una frecuencia repetitiva de este tipo puede ser más regular que cualquier fenómeno continuo y prácticamente todos los aparatos de alta precisión parten en la actualidad del principio digital. Pero en el siglo XIII nadie podía saberlo, pues se pensaba que, dado que el tiempo es continuo, debía seguirse y medirse mediante un aparato que se basara en la continuidad” (David Landes, La riqueza y la pobreza de las naciones, Ed. Crítica, España, p.59)

Eso quiere decir que un reloj mecánico no está sujeto a los cambios sutiles de un reloj de sol, cuyas fluctuaciones podrían poner en duda la exactitud de la hora que marca dicho instrumento. La tesis de Landes es que de los artefactos más importantes siempre se ha excluido al reloj como propulsor de una manera de vivir; en su texto demuestra como este invento (junto al algodón, la imprenta y el petróleo) constituyó una de las puntas de lanza para que Europa dominara económicamente el planeta.

Y ya desde entonces se veía una gran diferencia entre las ventajas brindadas por los digital y las producidas por lo analógico. Ambas representantes de dos modos de considerar la tecnología.

Pongamos como ejemplo otro tipo de relación, la del escritor con su obra. Es plenamente seguro que los instrumentos elegidos para escribir son tan importantes como la posición en que uno se sienta, la atmosfera del lugar, y las preocupaciones domésticas y ontológicas que definen lo que el autor plasmará con palabras.

La entrada anterior estaba ilustrada con la muy bonita máquina de escribir de Nietzsche; artefacto del cual desconozco su historia de manufactura (¿Habrá sido especialmente fabricada para alemanes desquiciados?), pero que de sólo verlo nos da una idea de la excentricidad de su dueño, de lo elemental que es pensar la clase de intermediarios entre el pensamiento y la materia con la cual se trata de expresar.

Por ejemplo, Ignacio Padilla detecta en la “decepcionante calidad” de la novela de García Márquez, El general en su laberinto, la cuestión de que fue la primera que el autor escribió con el teclado de una computadora: “¿qué sería de la obra de Dostoievski si la hubiese escrito en computadora= ¿La de Thomas Mann? ¿Las primeras grandes obras de Martín Luis Guzmán? Intuyo que algunos estilo habrían mejorado significativamente con la computadora, pero el reaccionario que hay en mí me hace pensar que los estilos más depurados habrían dejado de serlo de haber sido escritos en otras cosa que no fuese una máquina de escribir o a mano” (Rubén Gallo e Ignacio Padilla, Heterodoxos mexicano, Fondo de Cultura económica, 2006, p.29)

Una vez más, el debate sobre la muerte del libro es irrisorio: lo único que los avances tecnológicos han hecho con ellos es fortalecerlos y perfeccionarlos. De ahí que por cada vez que alguien inventa una cosa para leer digitalmente, las editoriales saquen un empastado que nos perturba por sus dimensiones, por el peso que tiene y la suavidad de las hojas. Experiencia que sólo es ecológicamente reprobable, pero la vida es corta, ¡disfruten de los tirajes mientras pueden!

-.-.-.-

Claro está, en el mundo de los libros no está asegurado cual de los dos métodos superará al otro, si es que uno de los dos debe ganar. Por lo que podemos presenciar, un libro puede construirse con aditamentos digitales pero disfrutarse analógicamente, esto es, pasando las páginas como dictan los cánones. En mi opinión, hay algo que no cuadra, que no es libro pues, en mover los dedos por una pantalla digital. Eso, moral e ideológicamente puede ser un libro, pero siempre estará en desventaja si lo comparo con el enfrentamiento directo que representa cargar un amable y oloroso tejido de hojas encuadernadas.

jueves, 10 de febrero de 2011

Elogio también innecesario a la lectura.

¡(Máquina de escribir de Nietzche, ¡¡oh sí!!)

Tal vez debería hablar de libros pues de eso se trataba el texto-plataforma que dio origen a esta entrada (y a la materia), pero este es el blog de la Reproducción de los Árboles y se rige por leyes distintas. No me es posible soslayar lo más elemental ya que, como diría Julio Cortázar, un libro que no se lee es como una bicicleta sin pedaleos. Así pues, en otro texto de Carlos Monsiváis se lee lo siguiente:

En contra de la creencia abusiva en la anécdota, la cita de Nietzche. Los peores lectores. “Los peores lectores son aquellos que se comportan como soldados en un saqueo: se llevan alguna cosa que pueden necesitar, ensucian y embarullan lo demás y acaban por ultrajarlo todo” (La anécdota y el revés de la trama, en Revista de la Universidad de México, no.68,2009)

La cita de cita viene a cuento pues, en el texto sobre el innecesario homenaje a los libros Monsiváis delimita aspectos sobre e infra dimensionados de la lectura como actividad humana esencial. Él, cuidadoso lector, no comparte el tono de algunas de las tesis más pesimistas, lloriqueos después de todo, sobre lo poco que se lee en nuestro país. Al contrario, nos muestra que la lectura no es ni una garantía para la eclosión del humanismo en un fulano de tal; y al reverso, tampoco es la falta de esta práctica la causa de todos los males a los que se puede hacer acreedor ese mismo señor.

Si nuestros prejuicios sobre la lectura pudieran concretarse con la misma facilidad con la que los enunciamos, entonces no existirían casos como el del genocida nazi que disfrutaba del barroco después de un día de trabajo. Y aunque hay profesiones y oficios que pueden intercalarse con la visita constante a las letras (dichosos como esos inadaptados europeos que suelen ser zapateros-filósofos), no todos gustan de leer gracias a la misma razón por la que no todos podemos ser iguales. Toda invención humana (y pocas tan hermosas como la lectura) incorpora dos andares: el de nuestra naturaleza y el de nuestra cultura.

En cada individuo el enlace se efectuará dando como resultado el enamoramiento por los libros, y en muchos tal enlace culminará en otras cosas. Así pues y en estricto sentido, no hay nada que lamentar en el hecho de que a una persona no le guste leer. Por el otro lado, lo lamentable sucede cuando uno quiere leer y no lo dejan los tumultos del día a día. Por eso, no es preciso esperar que una persona desarrolle artificialmente el gusto por la lectura, tal esperanza sólo crea vicios en la lectura que desembocan en esos personajes que Nietzche compara con los mercenarios.

Como cualquier otra práctica humana, la práctica constante y el refinamiento técnico también existen en la lectura. En algunos países y centros académicos aun existe el puesto de “lector”, que no sólo se encarga de la función obvia, sino que también conduce los textos a una interpretación y vocalización correctas. De acuerdo a eso, la lectura puede efectuarse profesionalmente o aficionadamente, pero siempre debe existir alguna clase de respeto y apertura que impida a la subjetividad hacer de las suyas, esto es, el desmadre producido por las cerraduras del criterio.

La tragedia de la teoría, subrayarlo es TAN necesario, es no poder conectarse con la realidad. Igual da para cualquier otra cosa que ustedes gusten, en nuestro caso, los libros. Este compendio de “pensamientos” sólo tiene el propósito de defender el acto de leer sólo cuando es consecuencia de un amor vigilado, y como una experiencia plena -en el sentido Oriental de que la trascendencia no se alcanza en el Cielo o después de la muerte, sino en la vida diaria.

CONCLUSIÓN:

Leer constantemente corrige la ortografía, ablanda y fortalece la lengua, posibilita la sinapsis y salva al cerebro, pero no te hace mejor persona (en realidad lo hace, pero cuando la lectura se hace bien y con gusto).

Feliz 11 de febrero.