Hablar de los problemas financieros que se derivan de la dedicación de un libro es algo que comúnmente no se discute, o pocas veces se concibe como tema de discusión.
Después de leer el texto sobre ello, queda claro que el libro es un todo y que entenderlo en cada una de sus partes supones una reflexión de su existencia material.
Sabemos que pensar en términos como costo/beneficio, la utilidad de la inversión, el monto a pagar a un personaje tal para culminar una parte del proceso puede parecer utilitario y exageradamente pragmático. Esto porque, movidos por los discursos cerca de las bondades de la lectura para una sociedad, nos encontramos con que lo recurrente no es gastar en libros sino pedirlos prácticamente regalados.
Y podemos ejemplificarlo una y mil veces. Una de esas historias malévolas y tristes, una de las pocas experiencias oscuras que me ha deparado el mundo de los libros, fue el día en que se restringieron los precios al descuento de estudiante de la UNAM en el Fondo de Cultura Económica.
Tal cosa sucedió cuando me disponía a hace valer mi derecho universitario y de repente, en la caja de cobro, se presentó un cartel que obstaculizaba a todas luces mis deseos. No entendí el chiste de una ley “para fomentar la lectura” que hacía más caros los libros; y el lenguaje burocrático me pareció tan cortante como una mentada de madre, por lo que ese día no hubo libros.
Como ustedes bien lo saben, nuestros privilegios de estudiante son enormes, y uno de los pilares de tales canonjías es el pacto entre FCE y Universidad que nos brinda el asombroso 40% de descuento en sus ediciones. Esto hace que a un mortal cualquiera se le llegue a cobrar una suma nada envidiable cuando a nosotros se nos presenta el libre acceso a muchos, muchos libros de primera calidad.
Si bien el descuento estaba más restringido (a los libros con menos de 18 meses de haber sido impresos), esto no era tan injusto si lo pensamos de acuerdo a costos de producción. La inversión para crear un libro es posiblemente uno de los movimientos financieros más riesgosos que hay, y el que promete más dolores, sin importar que tan subvencionado esté el libro (no olvidemos que el FCE está muy ligado a las decisiones gubernamentales). La ley del libro debe leerse con respecto a las demás personas que comparten la ventaja de ser estudiantes, y que reciben a precios más altos los mismos libros que a nosotros casi nos regalan.
Claro está, el texto no se encarga de todos los temas relevantes, y es muy difícil que esta clase de problemática se aborden sin suscitar problemas particulares, ya que, como bien lo enuncia, la historia financiera de cada libro es única y no se sabe cuando un clásico surgirá de entre los almacenes.
No hay nada de malo en considerar como producto de una industria a un libro; en cambio, esperar que siempre sea regalado, eso sólo es tacañería. A la espera de un abstracto manual de Cómo sobrevivir financieramente a un libro, que tendría que tratar temas como los peligros de una mala decisión, o a quien acudir en caso de que el barco haga agua por todos lados; quedémonos con las reflexiones sobre el editor: como su cultura debe discriminar entre la victoria artística pero posible fracaso financiero; y el título salvador.
No hay comentarios:
Publicar un comentario