lunes, 21 de febrero de 2011

Porque sí es importante distinguir entre lo Analógico y lo Digital.


Una vez más, empezaré tomando un párrafo ajeno que dice algo al respecto de lo analógico y digital, ahí les va:

“El reloj fue el mayor logro del genio mecánico medieval. De concepción revolucionaria, era más radicalmente nuevo de lo que suponían sus fabricantes. Fue el primer ejemplo de un artefacto digital y no analógico: contabilizaba una secuencia regular y repetitiva de acciones discretas (los vaivenes de un controlador oscilante), en lugar de seguir un movimiento continuo y regular, como la sombra en movimiento de un cuadrante solar o el flujo del agua. Hoy sabemos que una frecuencia repetitiva de este tipo puede ser más regular que cualquier fenómeno continuo y prácticamente todos los aparatos de alta precisión parten en la actualidad del principio digital. Pero en el siglo XIII nadie podía saberlo, pues se pensaba que, dado que el tiempo es continuo, debía seguirse y medirse mediante un aparato que se basara en la continuidad” (David Landes, La riqueza y la pobreza de las naciones, Ed. Crítica, España, p.59)

Eso quiere decir que un reloj mecánico no está sujeto a los cambios sutiles de un reloj de sol, cuyas fluctuaciones podrían poner en duda la exactitud de la hora que marca dicho instrumento. La tesis de Landes es que de los artefactos más importantes siempre se ha excluido al reloj como propulsor de una manera de vivir; en su texto demuestra como este invento (junto al algodón, la imprenta y el petróleo) constituyó una de las puntas de lanza para que Europa dominara económicamente el planeta.

Y ya desde entonces se veía una gran diferencia entre las ventajas brindadas por los digital y las producidas por lo analógico. Ambas representantes de dos modos de considerar la tecnología.

Pongamos como ejemplo otro tipo de relación, la del escritor con su obra. Es plenamente seguro que los instrumentos elegidos para escribir son tan importantes como la posición en que uno se sienta, la atmosfera del lugar, y las preocupaciones domésticas y ontológicas que definen lo que el autor plasmará con palabras.

La entrada anterior estaba ilustrada con la muy bonita máquina de escribir de Nietzsche; artefacto del cual desconozco su historia de manufactura (¿Habrá sido especialmente fabricada para alemanes desquiciados?), pero que de sólo verlo nos da una idea de la excentricidad de su dueño, de lo elemental que es pensar la clase de intermediarios entre el pensamiento y la materia con la cual se trata de expresar.

Por ejemplo, Ignacio Padilla detecta en la “decepcionante calidad” de la novela de García Márquez, El general en su laberinto, la cuestión de que fue la primera que el autor escribió con el teclado de una computadora: “¿qué sería de la obra de Dostoievski si la hubiese escrito en computadora= ¿La de Thomas Mann? ¿Las primeras grandes obras de Martín Luis Guzmán? Intuyo que algunos estilo habrían mejorado significativamente con la computadora, pero el reaccionario que hay en mí me hace pensar que los estilos más depurados habrían dejado de serlo de haber sido escritos en otras cosa que no fuese una máquina de escribir o a mano” (Rubén Gallo e Ignacio Padilla, Heterodoxos mexicano, Fondo de Cultura económica, 2006, p.29)

Una vez más, el debate sobre la muerte del libro es irrisorio: lo único que los avances tecnológicos han hecho con ellos es fortalecerlos y perfeccionarlos. De ahí que por cada vez que alguien inventa una cosa para leer digitalmente, las editoriales saquen un empastado que nos perturba por sus dimensiones, por el peso que tiene y la suavidad de las hojas. Experiencia que sólo es ecológicamente reprobable, pero la vida es corta, ¡disfruten de los tirajes mientras pueden!

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Claro está, en el mundo de los libros no está asegurado cual de los dos métodos superará al otro, si es que uno de los dos debe ganar. Por lo que podemos presenciar, un libro puede construirse con aditamentos digitales pero disfrutarse analógicamente, esto es, pasando las páginas como dictan los cánones. En mi opinión, hay algo que no cuadra, que no es libro pues, en mover los dedos por una pantalla digital. Eso, moral e ideológicamente puede ser un libro, pero siempre estará en desventaja si lo comparo con el enfrentamiento directo que representa cargar un amable y oloroso tejido de hojas encuadernadas.

1 comentario:

  1. Hola, Balam. Verás que en la lectura "LA edición en el entorno digital" es muy esclarecedora sobre el vaticinio de la muerte del libro. Se tratam en realidad, de una nueva revolución tecnológica que pondrá a cada cpntenidos en su coporte y en su lector.
    Por lo demás, el texto de Cassany ofrece argumentos diferentes: la historia de la palabra.

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